domingo, 11 de octubre de 2009

Nunca me aferro a nada que no pueda abandonar en cinco segundos

Polly quiere una galleta


"Su corazón está roto pero guarda un poco de pegamento debajo de su cama. Arantxa se repite, ella lo sabe pero poco le importa, puede verse infinidad de veces “Elephant” de Van Sant y escuchar hasta el cansancio las mismas dos canciones grunge que le resquebrajan su alegría. Las crudas letras de Nirvana la ponen mal, sabe que escuchar “Rape me” o “Polly” le rompe el alma pero no le importa, deja que se le destroce y después se baña en pegamento.

No entendía por qué Kurt había escrito una canción sobre un lorito llamado Polly. Su mente sabor cereza no le encontraba mayor sentido. Un hombre que habla del pájaro que tiene encerrado en una jaula no es el tema con el que uno espera que el rubio de Seattle lo sorprenda. Sin duda había algo perverso en aquella historia. Polly desde su encierro le hace creer a su captor que goza de su forzosa reclusión. Simula disfrutar de su juego, finge placer cuando el hombre le despunta las alas, se gana su confianza. El hombre se convence de que un lorito impedido para volar no puede defenderse sin su ayuda y poco a poco le va otorgando algunos beneficios hasta que un día le abre la puerta de su jaula para que de una caminata alrededor del patio. Las alas de Polly están destrozadas y eso le imprime seguridad. Sería imposible que alzara el vuelo, además, volver a atraparla le parece un juego interesante. Lo que no sabía era que los loros podían saltar tanto como los canguros. Lo supo cuando Polly dio el primer brinco y se aferró con su pico de un clavo que resaltaba sobre la pared. Corrió hacia el loro pero era demasiado tarde, un segundo brinco ubicó al animal por fuera de su casa, por fuera para siempre de su alcance.

Arantxa supo mucho tiempo después, leyendo un magazín grunge al que la había afiliado su amigo el harlysta, que Polly en realidad era la historia de una chica punk que fue violada después de salir de un concierto en Tacoma, Washington, en 1987. Desde el primer momento la historia se le hizo sobrecogedora. A menudo pensaba en Polly, la imaginaba de cabello rojo, igual que ella, saliendo feliz de un concierto de Nirvana, sin un peso en el bolsillo para tomar el taxi de regreso a casa. Siempre que escuchaba la canción del lorito sentía el mismo frío que debió atravesar la piel de Polly en aquella desolada carretera sin dejarle otra opción que hacerle autostop a la casa rodante que se acercaba penetrando la niebla. "

Fragmento de "Sobre la tela de una Araña" por Daniel Cardona Ochoa.

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